Un día cualquiera -en lo que llamaríamos el futuro- se preparó para revisar la tabla de casos que debía fallar. Encendió la pantalla que, en realidad, parecía estar siempre encendida.
Al abrir, un sonido agradable y suave le anunciaba el comienzo de sus actividades. Afuera, corría una brisa marina, aunque su tribunal quedaba en medio de una metrópoli muy llena de gente. Hoy, la justicia puede impartirse a distancia. Las audiencias son telemáticas. Incluso no necesita vestirse de juez porque una aplicación en su pantalla reconoce las actividades del tribunal y le “viste” a ojos de quienes observan la pantalla.
Los estados nacionales han dejado de existir como un dato relevante. Las leyes que se aplican a sus casos van cambiando por medio de actualizaciones. Existen normas disponibles en nubes interconectadas. El parlamento es un ejercicio cada día más simbólico, allí sólo se discute sobre identidades locales, pero la creación de reglas vinculantes en realidad se produce muy lejos de allí a través de algoritmos que suponen que los marcos morales pueden conocerse. El objetivismo moral triunfó hace décadas en el debate teórico, aunque en la práctica la moral dejó de ser una propiedad de las acciones humanas. De hecho, la moral es administrada por sofisticados dispositivos de inteligencia artificial llamados “sacerdotes”.
Se despliega el menú de los casos que debe fallar cada mañana. Se dividen en materias: contratos, daños, comerciales, infracciones. Algunos casos son urgentes y están marcado con un punto rojo que indica que no puede dejar de fallarlos ese día.
Hace décadas que todos los casos traen una sentencia predefinida, es decir, en parte el trabajo está hecho. La selección de la norma aplicable proviene de la nube y su última actualización: la regla de comportamiento que aparece con una marca en el documento que dice “P.N.” o sea “premisa normativa”. Luego, los hechos del caso han sido también sometidos a control de modo de poder identificar las frecuencias más confiables, o sea las repeticiones de eventos que cuentan con mayor fuerza en la experiencia general. Suele decir en esta parte del texto “P.F.” o sea “premisa fáctica”. Si acepta ese documento, el sistema produce en uno segundos una decisión.
Presiona el ícono de aceptación y en su pantalla aparece una balanza que gira que dice “produciendo tu decisión”. En segundo se despliega un documento en el que se lee “vistos”, “considerando” y una decisión precisa del caso. Debe firmar, sin su firma, no tiene ninguna validez. Al presionar el icono de firma, una luz desde la pantalla escanea su iris.
La pantalla pregunta: ¿estás seguro de firmar esta sentencia?, responde que sí y un sistema de reconocimiento de voz valida el documento. Automáticamente la sentencia es notificada vía correo electrónico a las partes de ese proceso.
La vida transcurría calculada y rápidamente. Se mantenía lejos de otros humanos hacía ya varios años. Llegaba la compra cada semana a su casa, la dejaban en la puerta. Algunos días daba un paseo cerca del mar y respiraba el aire salado.
Ese día no había nada distinto. Simplemente cuando abrió la pantalla con el café en la mano y pinchó sobre la aplicación del sistema judicial apareció un error. A veces pasaba. Sólo que el error era persistente esta vez. Pasaron horas y no podía acceder a nada. A mediodía llamó a la asistencia técnica que sonaba ocupado.
Vio y en su pantalla no había ninguna de sus fotos familiares. Vagó por la bandeja de entrada de su correo, que marcaba “cero” no había nada. Intentó abrir un buscador en la web pero arrojaba un error “desconocido”. El razonamiento completo de la humanidad se había ido construyendo sobre un repositorio enorme de datos que ya ningún sujeto podía manejar. Se almacenaban infinitos los datos en el servidores en distintas partes del mundo.
Le tomó varios días hablar con un humano real. Tuvo varios intentos en los que un robot programado para contestar le decía: “nos encontramos en búsqueda de una solución, le avisaremos en cuanto los servicios sean restablecidos”.
La voz humana apareció en un momento inesperado. El timbre de la llamada precedió un “aló” inexpresivo y poco claro. El técnico le dijo que algo pasaba con “las nubes” y que los servidores, de algún modo, se habían desconectado sin aviso. Durante un día completo no hubo acceso a los registros de nada. Quiso llamar a su hermano, pero no recordaba su número y las agendas telefónicas estaban borradas como todos los demás datos. El teléfono se mostraba en blanco. Los chats estaban en blanco y cargando. Todas las conversaciones parecían haberse perdido. La lista de la compra no estaba. No pudo pedir siquiera comida preparada porque la aplicación de restoranes tampoco podía funcionar sin la base de los servidores donde se alojaban los datos que le permitían existir.
El mundo entero se detuvo, sin memoria no había acción. No supo si salir a dar un paseo cerca del mar o huir. Pero huir del olvido no es posible. Miró un antiguo código en papel. Las reglas jurídicas del orden transnacional ahora estaban inaccesibles y, de hecho, hace tiempo que los jueces no conocían el listado de esas reglas sino sólo el resultado de su aplicación porque lo que recibían eran disposiciones que surgían de sofisticado cruce de reglas y principios que las máquinas manejaban con mayor precisión.
Se sentó a mirar por la ventana intentando recordar algo. No pudo decidir nada ese día porque parecía que toda la información fiable estaba fuera de su alcance o, más bien, le pareció que la memoria perdida de las máquinas indicaba el vacío de su memoria humana.