Cada octubre, mes en que se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental, distintos actores renuevan un llamado a priorizar el bienestar emocional de las personas, convocando a concientizar a la población sobre los problemas de salud mental y movilizar los esfuerzos necesarios para su prevención, apoyo y tratamiento integral. Sirve como oportunidad para promover la comprensión de la salud mental, combatir la estigmatización y fomentar iniciativas que mejoren el bienestar emocional. Permite, además, visibilizar los factores que aumentan el riesgo de desarrollar problemas de salud mental, como la discriminación, la violencia o el acoso en todas sus formas, el abuso de sustancias como drogas, alcohol u otras, los desastres naturales, la criminalidad, los conflictos o la pobreza, por ejemplo. También, es una buena ocasión para recordar que es un tema incluido en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El ODS 3, sobre salud y bienestar, tiene entre sus metas efectivamente promover la salud mental y el bienestar, lo que puede servir como apoyo para incluir la salud mental en las estrategias de gobiernos, institucionales y de la propia sociedad civil.
Frente a esta realidad, una mirada simple puede llevar a pensar que los niños, niñas y adolescentes están ajenos a los grandes problemas de salud mental de la población, pues parte importante de los factores que los gatillan son (o deberían ser) parte de la vida adulta. Esta idea, lejos de ser irreal, es peligrosa. Uno de cada siete niños y adolescentes de entre 10 y 19 años padece trastornos mentales, siendo los más frecuentes la ansiedad, la depresión y los trastornos del comportamiento, según un informe de la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia publicado en 2024[1]. Por tanto, obviar un abordaje de la salud mental y su relación con el desarrollo psicosocial durante la niñez puede tener consecuencias a largo plazo que se extienden hasta la edad adulta, lo que limita las oportunidades para alcanzar el máximo potencial de cada persona[2].
Una de las causas que más expone a problemas de salud mental es la violencia en sus distintas manifestaciones. El sistema interamericano de derechos humanos ya ha advertido sobre la extrema gravedad de sus efectos en niños y niñas, señalando las consecuencias psicológicas y emocionales. Ellas pueden derivar en trastornos afectivos, trauma, ansiedad, inseguridad y, en casos extremos, intentos de suicidio.
Ser víctima de violencia “vicaria” — o también ser testigo de la violencia física, sexual o de otro tipo perpetrada contra la madre — es una forma de abuso psicológico y maltrato infantil que no puede quedar invisibilizada en las narrativas sobre salud mental. Entendida como una forma de violencia de género, la violencia “vicaria” es aquella por la cual un agresor (generalmente el padre o expareja de una mujer) utiliza a los hijos o hijas como verdaderos “instrumentos” para dañar a la mujer, quien es la víctima principal y a quien se busca producir el mayor dolor posible a través de sus seres más queridos. El nombre, acuñado por Sonia Vaccaro, se debe al término «vicario» o «vicaria», que proviene del latín vicarius y hace referencia a la idea del daño a través de otra persona: la violencia se ejerce de forma indirecta, utilizando a otras para ejecutar la agresión y el daño a la mujer. El caso más extremo es el asesinato de hijas o hijos para dañar a la madre.
En Chile, esta forma de violencia fue reconocida en la Ley N° 21.675, de 2024. Aunque el término no está recogido, los supuestos descritos y el espíritu de la ley apuntan a las conductas que definen la violencia vicaria. Con ello, esta ley marca un avance normativo al reconocer explícitamente una forma de agresión que destroza el núcleo familiar y el bienestar de quienes son más vulnerables. Este tipo de violencia y sus efectos en niños, niñas y adolescentes con el objetivo de dañar a sus madres o cuidadoras, obliga a una revisión profunda de cómo el sistema judicial y de protección aborda la salud mental en estos contextos, para que el avance no sea sólo normativo sino real.
El reconocimiento en el texto legal solo puede ser visto en todo caso como un primer paso. La implementación efectiva de la Ley N° 21.675 y su armonización con la Ley N° 21.430 (Ley de Garantías de la Niñez) y la Ley N° 20.066 (Violencia Intrafamiliar) requieren del Poder Judicial chileno y de todo el «ecosistema de justicia» una adaptación urgente. Específicamente, el desafío de la justicia es avanzar hacia la aplicación efectiva de un enfoque de género y de niñez, lo que supone brindar una protección reforzada a niños y niñas; remover los obstáculos que les afectan de forma diferenciada; garantizar que las actuaciones judiciales eviten la victimización secundaria; considerar en las medidas cautelares de forma expresa la condición de víctimas directas de niños y niñas, con miras a garantizar el interés superior, la seguridad y el bienestar. También se requiere una coordinación interinstitucional eficaz y la formación específica de los responsables de la atención, lo que implica coordinar el sistema de protección a la mujer que sufre la violencia con el sistema de protección a la niñez involucrada. Además, se requiere que las medidas de protección y reparación sean integrales, tanto para niños y niñas, como para la madre, procurando que tengan una vocación transformadora de la desigualdad estructural que subyace a la violencia de género.
La Ley N° 21.675 es una oportunidad para asegurar que la salud mental de niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia vicaria no sea otra de las tantas preocupaciones tardías en salud mental. El derecho puede ser un promotor en los cambios sociales destinados a visibilizar la gravedad que supone para un niño o niña vivir en un entorno de violencia y este en particular, cuyo impacto en la salud mental puede ser irreparable al ver que el agresor es quien debía cuidar y amar. Solo mediante la acción coordinada, la formación especializada y la aplicación de un enfoque de derechos humanos en todas las instancias judiciales y administrativas, podremos pasar del reconocimiento a la protección efectiva y, tal vez, aportar a sanar en algo las heridas invisibles de la violencia vicaria.
[1] https://news.un.org/es/story/2024/10/1533401
[2] https://www.paho.org/es/campanas/dia-mundial-salud-mental-2025