28-04-2024
HomeOpiniónEl funcionario: Capítulo III

El funcionario: Capítulo III

Los mensajes en su correo empezaron a espaciarse y a volverse más lacónicos. La promesa de restablecimiento de los servicios contrastaba con el hecho de que ya iba por el quinto día sin nuevas actualizaciones de los servicios judiciales. Ya había dejado de pensar en las causas pendientes, en los trámites sin hacer, incluso en las personas que podrían estar sujetas a control cautelar.

En esa época el trabajo de juez nada tenía que ver con un tribunal en sentido físico. Nadie tenía que estar físicamente, con su cuerpo, en un edificio que tuviera un letrero afuera que dijera “Corte”.

Llevaba años viviendo cerca del mar y media hora en auto del poblado más cercano. No se sentía lejos porque en casi dos horas podía llegar a una ciudad grande donde había de todo. Pero claro, ¿qué necesidad tenía de ir hasta allá? La soledad no era siquiera una pregunta.

Su casa estaba cerca de un peñón. Desde su habitación se veía una esquina de la piedra gris y el mar abajo, un acantilado implícito de por medio. Las mañanas soleadas, el agua parecía una manta brillante que invitaba a caminar sobre ella.

Él caminaba todas las tardes, como no. Caminaba y recordaba como en su niñez se hablaba de hacer retroceder la crisis climática. Y cómo sucesivas pandemias y confinamientos habían ido dando muestras que el problema era que había muchas personas. El mundo de su niñez era el mundo de la adaptación, un mundo en el que no podía darse nada por obvio.

El médico le había recomendado en su última conexión que sería bueno incluir un ejercicio como caminar o correr cada día. Quizá como llevaba muchos años sin exigir sus rodillas lo mejor era empezar por caminar. Vivía a media hora del poblado más cercano, pero podía tener citas médicas con regularidad por videoconferencia. Hoy, la terminal de salud que el gobierno envía a los inscritos en el seguro nacional de salud permite depositar en ella muestras biológicas y hacer análisis bastante precisos en horas.

Como juez, aún tiene la obligación atávica de poner una muestra de pelo cada doce meses en esa misma máquina porque si se detecta un consumo inadecuado de drogas que pudieran influir en su trabajo. Le llama tanto la atención esta obligación tan old fashion, propia de un tiempo en que las drogas eran perseguidas por su capacidad para generar descontrol en la conducta.

Pero la salud mental tan olvidada años atrás, era central hacía mucho tiempo. Entonces, no había quien viviera sin una dosis de medicación que le permitía enfrentar la dureza de la vida del mundo que se desplegaba ante sí.

Ni las caminatas ni sus recuerdos podían darle, en todo caso, una explicación al silencio de datos que estaba viviendo. No había comunicación ninguna salvo la promesa de restablecimiento.

Era una tarde de estas cuando al volver a su casa se encontró con un automóvil antiguo, quizá incluso a bencina. Lo miró con curiosidad porque se parecía a los autos de sus recuerdos, un auto compacto que tenía tubo de escape y una radio. Tenía una antena desplegada desde el techo.

– Buenas tardes magistrado…

– Buenas tardes, ¿Quién es usted?

No le respondió. Le sonrió y le preguntó si podían ir adentro. Medía un metro ochenta al menos, poco pelo y claro. Sin barba, tenía lentes de marco grueso, quizá azules. Llevaba ropa regular, una camisa celeste y unos pantalones azules. Unos zapatos cafés que se veían cómodos. No tenía un kilo de más a la vista y su sonrisa era muy calmada. No parecía agitado ni excesivamente preocupado.

Cuando estaban sentados le dijo “usted habrá advertido que…” y de ahí en adelante le fue contando el estado de las cosas. Al parecer, se había producido un apagón eléctrico sin precedentes. Esto había apagado, entre otras cosas, los servidores del Estado. Esta expresión en ese momento alude a un orden transnacional, hace muchos años los estados nación le cedieron lugar a acuerdos transnacionales que determinaban las reglas exigibles en lo que antes se conocía como México e igualmente en Tierra del Fuego. Le cuenta que mucha gente ha muerto en los hospitales porque los servidores cuentan tanto como las máquinas a las que se conecta a muchos enfermos. Sin máquinas y sin electricidad, los pacientes han ido muriendo rápidamente sin que los servicios de salud puedan hacer nada.

Le explica que la falta de energía persiste, y que quizá no tengan una respuesta tan pronto. “Por supuesto, gente como usted sólo ha notado la pérdida de sus mensajes y de sus aplicaciones de trabajo que dependen de la red interconectada central de datos”. Pero su día a día no ha cambiado tanto porque en esa casa cerca del mar tiene unos paneles solares que producen la electricidad que una sola persona necesita y de sobra.

– No entiendo, ¿no hay un plan de contingencia?

– Sí, sí, magistrado lo hay, y de hecho se está ejecutando desde el mismo momento en que se produjo la pérdida de energía. No es claro si ha sido un aumento de radiación solar por sobre lo esperado o simplemente un problema de la producción de energía, pero claro desde el primer momento se trabaja en la recuperación de la electricidad…

– Suena a “pero”…

– Ja ja, pues sí, hay un, pero…

– Ajá…

– Lo que al parecer no tendría remedio es la pérdida de la memoria…

¿Cómo?

– Mire magistrado, estoy aquí en realidad para notificarle que usted es parte de la solución, lo necesitamos…

– No le entiendo…

– Lo que pasa es que, si bien podemos recuperar la energía, parece ser que no podemos recuperar los datos…

– ¡¿Cómo?!

– Hemos perdido la memoria de todo acto público, registros de identidad, condenas pendientes y condenas que se ejecutan, incluso las inscripciones de propiedad…

– No es posible ¿esté todo respaldado…no?

– Claro, eso pensábamos, pero usted debe saber que el problema de la electricidad sirvió o fue previsto, y a partir de eso…

– ¿Alguien sabía que esto iba a pasar…?

– Eso parece, se dedicó a atacar silenciosamente, antes, los registros de respaldo, es decir, sabiendo que podíamos perder los datos nos quitó el respaldo…

– Pero ¿quién?

– Bueno, eso es en parte lo que debe discutirse, al parecer fue un dispositivo de inteligencia artificial…judicial

– ¿Un asistente judicial?

– Un juez IA que no hemos podido ubicar…

Miró por la ventana el peñón y el trozo de mar que se extendía aún visible esa tarde. La rodilla le molestaba un poco y hacía que levantarse de la silla le provocara una mueca de dolor un poco exagerada. 

– Magistrado, le necesitamos, necesitamos gente de su generación y gente que sepa de manejo de evidencias…es posible que todos los registros hayan desaparecido y enfrentemos una rebelión porque, como usted podrá imaginar, quien puede borrar los datos del pasado puede elegir la historia que quiera sobre el futuro…

– Tendría el poder de organizar los servicios, de liberar personas que han cometido delitos, e incluso podría crear una historia común y con eso sentimientos colectivos, podría disolver familias y matrimonios y podría decidir en qué lengua tenemos que hablar…

– Exactamente, usted lo ha entendido bien…

Se volvió hacia el funcionario en silencio. Fue un segundo. Una especie de alteración transitoria y brevísima de la imagen. Vio en su cara un gesto claramente artificial. Las máquinas habían avanzado tanto, pero aún se “pegaban” o “colgaban” por un nano segundo si se trataba de “comportarse” como personas. Su problema más común, era el silencio incómodo, y era lo que acababa de pasar. El funcionario ante él era una máquina, un dispositivo provisto de inteligencia al que le habían asignado ese cuerpo con el que había conducido el auto a bencina.

Comparte el contenido:
Etiquetas de Publicación
Escrito por

Abogado, Doctor en Derecho Universidad de Girona, Profesor Asociado de Derecho Procesal en la Universidad de Chile e Investigador Asociado de la Cátedra de Cultura Jurídica de la Universidad de Girona.