20-04-2024
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Ser Humano, Verdad, Información y su relación con la Ciberseguridad

El análisis de la relación del ser humano con la verdad es un asunto que excede con creces a mi especialidad, sin embargo, me es posible referirme a la relación entre el ser humano y la información, entendiendo por ella cualquier forma de mensaje, que puede ser una imagen, un video o la palabra escrita, así como la palabra hablada, todo lo cual informa o forma el debate público y la opinión. En este sentido, una de las finalidades de la Ciberseguridad es garantizar un ciberespacio que contenga información más segura y confiable.

Sea cual sea la definición de información, hay que reconocerle un inmenso poder en la toma de decisiones de la comunidad. Si uno mira los últimos 100 años, podríamos citar muchos ejemplos en los que la información -o desinformación- contribuyó a la creación de una o varias percepciones, respecto de determinados fenómenos. Entre los expertos se discute sobre lo que constituye el poder duro o poder blando, pero quizás hemos llegado a un punto en nuestras sociedades donde podemos comenzar a hablar sobre el poder real. El poder real sería la capacidad de controlar una narrativa, sin importar el contexto en el que uno está operando. De este modo, el poder real es el poder de manejar la información.

Se debe pasar conceptualmente de “fake news” a “desinformación en línea” porque el primer término carece de un contenido claro y se ha usado sobre todo en el marco político para hacer referencia indistintamente a noticias falsas, fabricadas o incluso a aquellas con las cuales simplemente no se está de acuerdo, lo cual abre el concepto a una subjetividad que le hace perder limites claros; por su parte, desinformación en línea es un concepto más genérico y objetivo, ya que apunta no solo a noticias no verdaderas, sino que también al uso de métodos, como someter a los individuos únicamente al acceso de información parcial (burbuja informativa), noticias fabricadas especialmente considerando sus preferencias, temores o necesidades, deep fake news, uso de perfiles digitales maliciosos, uso de cuentas automatizadas de comportamientos no humanos, uso de algoritmos, cámaras de resonancia y redes de confianza, uso de anuncios pagados, entre otros.

Particularmente, la Comisión Europea de la UE en su “Comunicación Final Lucha Contra la Desinformación en Línea: un Enfoque Europeo”, adopta el término desinformación en línea y lo define como “información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población, y que puede causar un perjuicio público.”

¿Cómo es posible que la mentira prospere tanto en la construcción de ciertos mensajes? Ello es causa de varios factores. Uno, se vincula a los cambios sustantivos que hemos enfrentado como sociedad a causa de la globalización, la automatización, la importante tasa de inserción del uso de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana de la comunidad, lo que a su vez propicia el surgimiento de fenómenos tales como el populismo y la demagogia, que en su base se sirven de herramientas como la desinformación en línea de la comunidad. 

En efecto, las características del mundo digital permiten amplificar el efecto que las mentiras pueden tener en la opinión pública. Y es que es una plataforma creada para la exposición de contenidos o mensajes multimedia de alta calidad técnica, los cuales son difundidos de manera directa y eficaz a las audiencias que se consideren más adecuadas para recibir esos mensajes, de modo atemporal y sin límites territoriales.

Otro factor es la desregulación de las acciones de desinformación y de manipulación de opinión pública, ya que en general en las democracias liberales se consagran como garantías fundamentales la libertad de expresión y de opinión, cuya protección serviría de barrera al combate de este tipo de males.

Otro factor, psicológico, pero con arraigo en el estado actual de desregulación de la materia es la dificultad para establecer una atribución directa al creador de un contenido que busca desinformar. Existe la percepción general de que en Internet las personas son libres de hacer lo que les venga en gana, nadie parece impedirlo. De igual manera, otro factor es el llamado “sesgo de confirmación” que es la tendencia a buscar, interpretar, y recordar, la información que confirma las propias creencias personales, de este modo las noticias falsas en la medida que nos sean afines o cercanas.

El principal objetivo de una campaña de desinformación en línea es suministrar en el proceso de formación de la opinión pública de una comunidad noticias falsas, medias verdades, información altamente subjetiva presentada como objetiva e información creada para producir un efecto emocional en el receptor, minimizando la probabilidad de que la procese aplicando juicio crítico, vale decir, manipular.

La comunicación utilizada como arma de manipulación no es ninguna novedad. Existen referencias a la utilización de campañas de desinformación en contextos bélicos desde hace más de 2.500 años. El general chino Sun Tzu, ya dejó por escrito que “el arte de la guerra es el engaño”. De esta forma, los riesgos son complejos y multidimensionales ya que puede producir una pluralidad de efectos negativos en la sociedad y las personas; y básicamente dicen relación con la erosión del Estado de Derecho y de los valores democráticos que deben ser una garantía en la sociedad. Ello puede significar la pérdida de confianza en los medios de comunicación tradicionales, en las instituciones públicas, en la soberanía del ciudadano y finalmente la polarización social; fenómenos muy usuales, lamentablemente, en la actualidad.

En mi opinión, el desafío que se abre consiste en regular de manera sistémica desde una perspectiva jurídico-ética el uso de las tecnologías, esbozando los fines, valores y principios que las encauzarán y regularán. Lo que parece, en principio, una cuestión inabordable podría comenzar con fijar constitucionalmente como derechos fundamentales a los Derechos Digitales, dentro de los cuales deberán consagrarse no solo la privacidad o la protección de los datos personales (ya incluidas en el actual texto), sino que de manera más holística principios tales como la autonomía o libertad mental, no discriminación u opacidad en el uso de tecnologías, por citar algunos. Estamos en un momento clave de la historia de nuestro país, ojalá la mirada de nuestros convencionales constituyentes se alce de lo urgente a lo importante. Si ello es así, y así lo espero, podremos ver en la nueva carta fundamental la consagración de una nueva generación de derechos fundamentales.

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Abogada, Máster en Derecho Penal por la Universidad de Sevilla, España, postgraduada en materia de propiedad intelectual e industrial por la Universidad de Barcelona, la Universidad de Buenos Aires, la Oficina Japonesa de patentes y marcas, entre otros. Docente de las cátedras de Propiedad Industrial y de Derecho de Autor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Concepción. Directora de Propiedad Intelectual en la Universidad Andrés Bello.