En entrevista con Actualidad Jurídica: El Blog de DOE, la directora del Centro de Estudios del Desarrollo (CED) y académica de la Universidad Autónoma Vania Figueroa, reflexiona sobre los avances y desafíos en la participación de las mujeres en la ciencia, de cara a la conmemoración del Día Internacional de la Mujer el próximo 8 de marzo.
Aunque la visibilización y algunos cambios normativos han sido pasos importantes, Figueroa advierte que aún persisten barreras significativas que limitan el acceso, permanencia y liderazgo femenino en el ámbito científico-tecnológico.
En ese sentido, la bioquímica, Doctora en Ciencias Mención Neurociencias de la Universidad de Valparaíso y experta en género comparte su experiencia personal con la discriminación en el ámbito académico y subraya la necesidad de un cambio cultural y estructural en las instituciones para lograr una verdadera igualdad de oportunidades.
Vania, en esta fecha clave para reflexionar sobre el rol de las mujeres en distintos ámbitos, ¿cuál dirías que ha sido el mayor avance en la participación femenina en la ciencia en las últimas décadas? ¿Y qué desafíos crees que aún quedan pendientes?
Creo que uno de los principales avances ha sido la mayor visibilización del rol de las mujeres en la ciencia, junto con ciertos cambios normativos y legislativos en Chile, en particular la Ley Integral contra la Violencia hacia la Mujer. Además, aspectos como los criterios de acreditación de las universidades han incorporado estas dimensiones, lo que representa un avance.
Sin embargo, en términos de participación efectiva, los avances han sido más limitados. No hemos logrado un aumento significativo en la presencia de mujeres en estas áreas. Si nos basamos en los datos de la UNESCO, en 2010 la participación femenina en la ciencia en Chile era de aproximadamente un 27%. En 2018, esa cifra aumentó a un 34%, pero actualmente no ha crecido de manera considerable.
Lo que ha ocurrido es que existe un mayor reconocimiento de la exclusión de las mujeres en la ciencia y más visibilización de quienes se desempeñan como investigadoras, pero esto aún no se ha traducido en cambios estructurales significativos en la última década.
Vania, mirando tu propia trayectoria, ¿hubo algún momento en el que sentiste que, por ser mujer, estabas en desventaja en el mundo académico-científico?
Sí, de hecho, viví una experiencia reciente de discriminación en un contexto altamente traumático y vulnerable, lo que me llevó a tomar la decisión de dedicarme por completo a trabajar para aumentar la participación de las mujeres en la ciencia.
A partir de mi propio caso, logré resignificar esa experiencia, dejando la investigación de laboratorio en la que me desempeñaba como neurocientífica para enfocarme en la promoción de leyes como la 21.369, así como en impulsar procesos que transformen las instituciones científicas en espacios más inclusivos, libres de discriminación y violencia.
Todo esto con el objetivo de incrementar efectivamente la participación de más mujeres en la ciencia y la tecnología.
Vania, ¿podemos saber dónde sufriste esta discriminación?
Ocurrió en una universidad pública. Paradójicamente, suele pensarse que en el sector público se ha avanzado más en estos temas, pero en la práctica, las mujeres que trabajamos en áreas STEM nos empleamos con mayor frecuencia en instituciones privadas que en públicas.
Se habla mucho de que las mujeres en la ciencia enfrentan mayores dificultades para acceder a financiamiento, publicar investigaciones y ocupar posiciones de liderazgo. Tú mencionabas la situación en Chile, pero si lo ampliamos a nivel latinoamericano, ¿crees que ocurre lo mismo?
Exactamente lo mismo. Durante mucho tiempo en Chile no contábamos con estudios que reflejaran lo que ya mostraban las investigaciones internacionales: que las mujeres tenemos menos acceso a financiamiento y somos discriminadas en el ámbito científico.
Solo por el hecho de ser mujeres, muchas veces no se evalúan nuestras competencias técnicas ni nuestros aportes científicos de manera justa. Cuando logramos obtener financiamiento, este suele ser de menor cuantía, lo que dificulta la transición entre etapas clave del desarrollo profesional, como pasar del doctorado al posdoctorado o insertarse en una institución para realizar investigación de manera estable.
Esto es evidente cuando analizamos los fondos nacionales que otorga la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID). En las etapas iniciales de la carrera científica, como en becas y fondos para estudiantes, la participación de mujeres es relativamente alta. Sin embargo, a medida que se avanza en la jerarquía, la presencia femenina disminuye drásticamente en la adjudicación de financiamiento para investigadoras establecidas.
La evidencia internacional ha mostrado que las mujeres en la ciencia enfrentan sesgos de género en la evaluación de su trabajo: reciben menos financiamiento, son menos citadas en publicaciones académicas y su producción científica suele ser evaluada con prejuicios.
En Chile, hasta hace poco no contábamos con datos nacionales que confirmaran esta realidad, pero en 2022 el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile realizó un estudio que reflejó exactamente los mismos hallazgos internacionales: a igualdad de trayectoria, productividad científica, currículum y años de experiencia, las mujeres son sistemáticamente peor evaluadas en el acceso a financiamiento.
Vania, muchas niñas y jóvenes muestran interés por la ciencia y comienzan a encaminarse en ese campo, pero al final terminan alejándose, es decir, comienzan a estudiarlo, pero no logran permanecer ni liderar en este ámbito. ¿Qué estamos haciendo mal en cuanto al apoyo a las jóvenes que quieren dedicarse a la ciencia?
Creo que cada vez hay más vocaciones científicas en mujeres jóvenes. Los estereotipos están siendo desafiados activamente, y eso ha permitido avances importantes. De hecho, en el acceso a las carreras científicas ya no se percibe una barrera evidente. En la educación superior, por ejemplo, las mujeres ingresan en igualdad de condiciones e incluso en mayor proporción que los hombres.
Sin embargo, el problema es la segregación horizontal, que sigue vigente. Vemos que las mujeres tienden a elegir carreras tradicionalmente asociadas con su género debido a los estereotipos que persisten en la sociedad. En disciplinas como matemáticas, física o ingeniería, la participación femenina sigue siendo muy baja. Esto ocurre porque seguimos transmitiendo la idea de que la ciencia no es un ámbito “femenino”.
Además, las normas de género y las relaciones que estructuran nuestra sociedad tienen un impacto enorme. El género define los comportamientos que se consideran aceptables para hombres, mujeres y personas de género diverso, y eso influye en cómo nos relacionamos con el entorno y en cómo las instituciones reciben a quienes estudian o trabajan en ciencia y tecnología.
Por eso, no basta con fomentar vocaciones científicas en las más jóvenes si no cambiamos la cultura y el modo en que las instituciones acogen a las mujeres que buscan insertarse en este campo. Es fundamental transformar el entorno para que la permanencia y el liderazgo femenino en la ciencia sean realmente posibles.
Entonces, las barreras no solo están en el acceso, sino también en la cultura dentro del propio mundo científico.
De hecho, es muy fácil observarlo a través de la metáfora de la «tubería con fuga». Las mujeres logran ingresar en mayor proporción, incluso en la educación superior, pero cuando miramos las carreras científicas, vemos que, en el pregrado, por ejemplo, según la radiografía de género del Ministerio de Ciencia, las mujeres y los hombres ingresan en proporciones similares.
Sin embargo, a medida que se avanza en la especialización y en la jerarquía, por decirlo de algún modo, es decir, cuando se alcanzan los estudios de posgrado, la participación femenina comienza a descender. Si al principio, alrededor del 50% de las mujeres ingresan a carreras de educación superior relacionadas con la ciencia, en el doctorado esa cifra baja considerablemente, alrededor del 40%. Y cuando observamos la presencia de mujeres en instituciones de investigación realizando investigación, esta participación no supera el 34%.
Es muy evidente cómo, a medida que aumenta la especialización y los años de estudio, las mujeres van desapareciendo. Por eso, este fenómeno se conoce como la «tubería con fuga», porque las mujeres ingresan, pero dentro de las instituciones enfrentan una serie de discriminaciones, vulneraciones, barreras, estereotipos y sesgos que terminan alejándolas del campo científico. Así, el sistema o ecosistema científico y tecnológico termina expulsándolas.
Vania, ¿y qué se puede hacer en términos legales y también en las instituciones públicas para avanzar en esto y no quedarnos, digamos, estancados en estas brechas?
Bueno, la verdad es que este es un problema que no ha sido resuelto en ninguna parte del mundo, así que no existe una receta que podamos copiar y que sea completamente efectiva. Sin embargo, lo que la mayoría de los expertos señala es que hay que trabajar en tres enfoques.
El primero tiene que ver con aumentar la participación de las mujeres y las niñas, y esto implica generar herramientas de equidad que nivelen la cancha, por decirlo de alguna forma, e incentivar la participación femenina en el ámbito científico.
Pero la participación por sí sola no es suficiente, ya que también hay que promover la igualdad inclusiva, no solo en las carreras profesionales, sino también dentro de las propias instituciones. Es decir, se requieren cambios estructurales, de modo que una vez que las mujeres logren ingresar y aumentar su presencia en estos ámbitos, las estructuras institucionales también se transformen para ser más inclusivas.
El tercer enfoque, que también es parte de los esfuerzos internacionales en el campo de la ciencia, es reformar la manera en que se produce el conocimiento científico. Actualmente, muchos estudios carecen de calidad porque no incorporan una perspectiva de género. Un ejemplo claro de esto es la histórica exclusión de las mujeres en los ensayos clínicos, lo que ha resultado en medicamentos más nocivos para ellas, con más efectos secundarios.
Hace poco, en el Reino Unido, se realizó un gran estudio que abarcó una década y reveló que unas 8.000 mujeres fallecieron por afecciones cardíacas que podrían haberse evitado. Estas muertes se debieron a tratamientos inadecuados o a diagnósticos erróneos, y se explican por la brecha de género en la generación del conocimiento.
Entonces, estos tres enfoques —incrementar la participación de las mujeres, transformar las instituciones que las reciben y modificar la manera en que producimos el conocimiento— deben abordarse simultáneamente. No tiene sentido intervenir solo en uno de ellos, como aumentar la participación, si las mujeres van a llegar a instituciones que las excluyen.
Para cerrar, si hoy pudieras hablar o darle un mensaje a las mujeres que están dudando si la ciencia es para ellas o no, debido a estas brechas, ¿qué les dirías?
Les diría que no es su culpa que duden; la cultura las ha convencido de que deben dudar, pero esa duda la pueden resolver investigando y observando cómo, a pesar de todas las discriminaciones y barreras que enfrenta el mundo científico-tecnológico, muchas mujeres han logrado insertarse exitosamente. Y no solo eso, sino que han contribuido al progreso de la humanidad a través de sus descubrimientos y desarrollos científicos y tecnológicos. Es decir, no es fácil, y sería irresponsable despertar vocaciones científicas sin contar el otro lado.
Ese otro lado es que las instituciones aún no se han transformado completamente. Sin embargo, cada día las mujeres, con sus hallazgos científicos, nos demuestran que es posible. Y lo más importante es que no solo las mujeres, sino toda la sociedad, debe comprometerse con el cambio cultural y la transformación de las instituciones que realizan investigación.
De esta manera, ojalá no tengamos que esperar 136 años, como señaló la ONU, para lograr una igualdad efectiva en estos campos. En lugar de eso, debemos trabajar para acortar esa distancia y construir instituciones y ecosistemas científicos-tecnológicos inclusivos y libres de discriminación en un plazo mucho menor.